En primera fila
¡Escándalo por
una violación!
Con el párrafo “Con lágrimas y con la voz quebrantada, la joven que fue
violada por un elemento de la Policía Municipal Preventiva la noche del pasado
jueves, en el Boulevard Bahía de Chetumal, narró cómo sucedieron los verdaderos
hechos del peor día de su vida”, una compañera periodista inició una crónica de
hechos que indignaron a toda la sociedad capitalina contra el policía segundo Bruno
Avila Mike y el agente raso Juan Baltasar Jiménez Mendoza.
Independientemente de quien haya dado cuenta de los
reprobables hechos, todos coinciden en que se trató de un reprochable acto que
debería avergonzar a esa corporación municipal que encabeza Gumersindo Jiménez
Cuervo, a quien sus superiores deberían exigir amplias explicaciones en torno a
esa capacitación de la que siempre han presumido las autoridades para combatir
asaltos bancarios, secuestros y demás delitos de alto impacto, mas no la violación…
de sus propios agentes.
Y es que las demás irregularidades que se dieron en
torno a los hechos de ese jueves 21 y que culminaron con el fin de las
ilusiones de una joven estudiante que cometió el error de estar en el sitio
hora equivocados -robo, amenazas, prepotencia, golpes-, se circunscriben a una
situación que podríamos calificar de “normal” entre policías y población, ya
que, es triste reconocerlo -el colmo también-, pero son el pan nuestro de cada
día.
Lamentablemente nadie se ha preocupado por ponerle un
“hasta aquí”, y conste que también es el caso de la Policía Estatal Preventiva,
al grado tal que nos vemos en la necesidad de tener que convivir con ese
problema del que -por si fuera poco- tampoco nuestros representantes
“populares” han dicho “esta boca es mía”. Si acaso la Comisión Estatal de
Derechos Humanos ha elevado la voz, pero solo en el desierto.
En este sentido, las detenciones arbitrarias,
agresiones, robo y golpes de los uniformados a quienes no ofrecen una “mordida”
o acceden a ella son notas -que no noticia- frecuentes en la mayoría de los
medios de información, aunque no habían llegado al grado de incluir una
violación, por lo menos no denunciada oficialmente por las eventuales afectadas
ante las autoridades competentes.
En efecto, hay que reconocer la valentía de la que
hizo gala esa joven, una deportista chetumaleña que tristemente recuerda que “ese
día, después de la escuela, fui a cenar con mi novio y decidimos ir al
Boulevard, a la altura de la Universidad de Quintana Roo, para platicar un rato
sobre temas relacionados con el deporte. Eran como las ocho de la noche…”
¿Cuántos casos similares habrán ocurrido y nadie habría denunciado públicamente
por temor y vergüenza ante el descrédito?
Lo cierto es que resulta increíble el grado de
prepotencia al que han llegado los policías que, abusando del uniforme, placa,
pistola y patrulla, ya se sienten los dueños del mundo, y más aun a sabiendas
de que, acusados ante sus superiores, tiene un mayor peso su palabra o que,
denunciados ante el Ministerio Público, pretextos o vericuetos legales le
sobran a la Procuraduría General de Justicia para obstruir la procedencia de
los expedientes.
Un ejemplo de la “alucinación” de esos agentes, sobre
todo los que tienen algún complejo de inferioridad y de la noche a la mañana
sienten tener todo el poder, también se reflejó hace unos meses en un caso
publicado que refiere que, en horas de servicio, un policía pedía permiso para
salir a comer, lo que aprovechaba para quitarse el uniforme y utilizar su arma
de cargo para asaltar farmacias.
Pero vaya, en el caso de la violación, imagínese el
grado de impunidad que sentían ambos policías -“tanto peca el que mata a la
vaca como el que le agarra la pata”-, que poco les importó que la violación se
consumara a escasos metros de un potencial testigo. Para protegerse, el asqueroso Avila Mike, autor directo del
desaguisado, empleó un celular para grabar a la joven después de violarla y poder
acusarla después de que así la habría sorprendido con el novio.
Los detalles del caso son inenarrables
por cuestiones de moral, pero la afectada ha interpuesto los pruebas necesarias
para la consignación del expediente ante el juez del caso que, como están las
cosas -y si el diablo no mete la cola-, se espera dicte auto de formal prisión
sin derecho a libertad bajo fianza para ambos sujetos, a Jiménez Mendoza por su
complicidad, aunque también agravado por su condición de “servidor” público.
Ahora bien, ello no implicaría un
“colorín colorado” de la historia, ya que queda pendiente la materia en la
Policía Municipal, donde Jiménez Cuervo deberá justificar los millones de pesos
que se inyecta permanentemente a la corporación en materia de capacitación que,
suponemos, incluye un análisis del perfil psicológico de cada elemento, a
menos, claro, que también entre ellos sea costumbre el pago de “mordidas”.
Habrá que darle puntual seguimiento
para evitar otro criticable y eventual “kalimbazo” que nadie quisiera.
Por Luis A. CABAÑAS BASULTO
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